lunes, 12 de junio de 2017

El miembro de la familia como síntoma

El síntoma del niño como reflejo de lo que puede estar ocurriendo en la familia, es un tema al que no dejamos de prestar atención dada su importancia en el trabajo clínico diario en el contexto de la consulta. Como veíamos en posts anteriores, muchos padres acuden a nuestra consulta esperando que podamos ayudarles a solucionar el problema que están viviendo con alguno de sus hijos, bien sea en relación con un bajo rendimiento escolar, un mal comportamiento o incluso, uno comportamiento "demasiado bueno" que puedan considerar anormal, con la habitual situación de que el niño presenta síntomas que afectan a la familia, razón por la cual acuden a la consulta en busca de ayuda.

Generalmente, cuando la familia expone el problema o situación, lo hace de manera que da la impresión de que este responde a una situación exclusiva del niño, es decir, que ocurre sin el concurso del resto de la familia. En este sentido, el problema se saca fuera del marco familiar: "todo está bien en casa", “de resto, en casa todo funciona normalmente”; de manera que no se suele considerar que la situación del niño es parte del contexto relacional y de los vínculos que se establecen dentro del sistema familiar. No es el niño y su situación lo primero y luego la familia a la que pertenece, sino es la situación del niño dentro de su contexto vital lo que hay que tratar, lo cual incluye necesariamente al contexto familiar. Es decir, es la familia entera la que está mostrando un síntoma a través del niño y sería conveniente tratarlo dentro de este marco familiar, si fuese posible.

Quizás la forma más clara de verlo sea con unos breves ejemplos:

Tomás*, de 4 años parece tener una laringitis obstructiva. Se despierta por las noches con sensación de sofocos, respiración agitada, llorando con voz afónica y con ronquido al respirar. Los padres han ido al médico en varias ocasiones y se ha descartado lesión orgánica.

Como parece que este síntoma se presenta de manera repetitiva, se les sugiere visitar a un profesional del área de la psicología, al no ser capaces de comprender el motivo de los síntomas que el niño presenta.

Los padres de Tomás asisten a la primera consulta con un profesional donde se identifican síntomas previos, que no fueron reconocidos como tales por ellos. Estos síntomas se relacionaron con la imposibilidad del niño de liberarse de la temprana fusión que tenía con la madre. También se observa cómo en ese momento se tomaron medidas drásticas para romperlos, que resultaron contraproducentes.

El padre parece estar solo presente para el niño cuando le lleva a las distintas consultas médicas y a realizar los análisis clínicos. De esta forma, el niño se vale de sus síntomas como vía para conectar con el padre, ya que sabe que sólo cuenta con éste si está enfermo.

En este caso, los padres no reconocen su participación en la sintomatología del niño. Ellos no sienten que esta explicación tenga que ver con lo que le pasa a su hijo, a pesar de las pruebas médicas realizadas y sus resultados negativos. Nada del orden familiar, ni de la pareja, ni de la historia de cada uno de ellos es registrado como posible factor de mantenimiento o de influencia en la situación. Deciden no comenzar el proceso terapéutico. La negación de una explicación que incluya a la familia en el problema detectado en Tomás, a su vez crear un espacio de juego en el marco del vínculo transferencial para que el conflicto pueda tener otras formas de expresarse. En este caso la vía de expresión queda circunscrita, lamentablemente, a la conocida por el niño, seguirá hablando a través del cuerpo.

El síntoma es una formación del inconsciente, y es lo que suele provocar la búsqueda de ayuda profesional o psicoterapéutica, aunque no es una condición necesaria en todos los casos. Cuando se trata de niños, como el ejemplo de Tomás, suelen ser los padres los que consultan y los que deciden, en última instancia, si aceptan o no un tratamiento para el hijo. Para valorar si el comienzo de un análisis es posible, son fundamentales las entrevistas preliminares con los padres y con el niño. En el caso de Tomás no fue posible darle continuidad al tratamiento.


Veamos el caso que nos presentan A. Icart y J. Freixas muy ilustrativo en este sentido.

Diego, 11 años, que acude a consulta porque desde hacía algunos meses estaba muy nervioso y se enfadaba por nada: «Le han vuelto los miedos y no se quiere despegar de mí, además, vuelve a tener problemas en la escuela» -decía su madre-. Diego se pasó toda la entrevista cruzado de brazos y no paraba de decir que no quería ir. El clínico trataba de favorecer que la madre hablara lo más libremente posible. Primero, la señora Ruiz se quejaba de que el niño se enfadaba a cada momento y por nada, tal como en ese momento mostraba en la entrevista: no quería colaborar.

Sin embargo, se deduce que, si el niño «volvía a tener problemas», es porque los había tenido antes y, si le habían «vuelto los miedos», también sería que había tenido miedos antes. Y, en efecto, pronto se descubrió que el niño tenía una historia bastante traumática y que sufrió varias intervenciones quirúrgicas. También había tenido dificultades en la escuela y por eso había hecho tratamientos psicopedagógicos con buenos resultados. Y, a medida que iba hablando, la madre añadía otras informaciones: ella misma tenía muchas dificultades para dormir. La hija mayor, de 20 años, había roto la relación con su prometido y ya prácticamente no salía de casa. Y, por último, resultaba que hacía seis meses que el padre había muerto en un accidente.

Parece comprensible que, si el padre murió repentinamente, un niño de 11 años haga una regresión, es decir, «se vuelva más pequeño», y que reaparezcan los miedos que había tenido y que no quiera despegarse de su madre para no perderla, también, y quedarse huérfano del todo. Probablemente, además, este malestar dificulte su rendimiento escolar: el rendimiento en la escuela suele ser buen indicador del bienestar o del malestar psíquico de cualquier niño.

Pero en la familia pasaban más cosas: la madre no podía dormir y la hija mayor no salía de casa y había tenido dificultades con quien era su prometido. En la consulta, sin embargo, esto lo dejaban en segundo plano, priorizando y denunciando en primer término las dificultades de Diego. En este momento, el profesional tiene información para pensar que la madre y la hermana vivían su preocupación y su malestar a través del niño, al que hacían depositario de sus angustias. Quizá por eso el niño se oponía a venir y se pasaba la entrevista cruzado de brazos y con cara de mal humor: no quería ser el burro de carga en el que se depositara el peso del malestar de todos los miembros de la familia.

Visto así, el síntoma por el que la señora Ruiz había llevado a su hijo a la consulta pasaría a ser el equivalente de un síntoma neurótico de la madre y la hermana. Y no solo el niño, sino toda la familia estaría haciendo una regresión. A través del niño, la madre y la hermana estarían intentando que alguien hiciera el duelo del padre por ellas y así, tal vez, no sería necesario que lo hicieran ellas mismas.

En este caso, un tratamiento familiar breve ayudó a resolver el problema de todo el grupo familiar. Y también permitió entender que no solo era el niño el que no quería venir. Mediante este «no querer venir», el niño estaba dramatizando (representando como un actor) cómo la madre y la hermana tampoco querían «venir» (ir a ningún tratamiento), ya que ir les supondría hacerse cargo de su parte del conflicto (de su duelo).

El caso de la familia Ruiz es un ejemplo de cómo se pueden plantear las cosas de una manera diferente de como se habían hecho al comienzo: el niño presenta síntomas, pero la familia está implicada. Sin embargo, no se puede decir que la familia sea la culpable de que este hijo presente estos síntomas: a los demás miembros de la familia también les pasan cosas (insomnio, salir poco de casa) que ellas no habían ofrecido como síntomas clínicos, pero que implican que también están sufriendo. Y todos los miembros de la familia están de acuerdo en algo: no querer hablar de su malestar con ningún profesional de la salud.

Este tipo de aproximación analítica, plantea la familia como un todo, y las interacciones de sus partes, conforman ese todo. Para que el sistema familiar funcione mejor y el síntoma desaparezca, hay que ajustarlo y atender ciertos principios como lo son el reflexionar sobre los legados y consignas familiares inconscientes, el restablecimiento de jerarquías, límites claros en roles y funciones, o deshacer alianzas o triángulos dañinos; todos ellos componentes centrales de la estructura y el funcionamiento familiar.


Como hemos ido viendo, cuando la familia llega a consulta, ya ha ensayado una serie de soluciones que no han logrado el efecto deseado en el miembro “problema” de la familia. Mientras tanto, se va adaptando a las circunstancias cambiantes y, cuando no cuenta con los elementos para un cambio real, la adaptación puede desarrollar mecanismos homeostáticos que intentan contrarrestar las dificultades por las que está pasando la familia, sin embargo, no las resuelve. Una transformación dinámica que, además, tenga en cuenta su estructura, permitirá al menos alguna posibilidad de cambio.

En definitiva, hemos de cambiar la perspectiva común de que el problema reside en el miembro de la familia de manera individualizada, sino que este se halla -y muchas veces se potencia- en ciertas pautas de interacción de la familia entera como sistema. Las soluciones que ésta ha intentado no son más que repeticiones estereotipadas de interacciones ineficaces, que solo pueden reforzar los efectos sin producir cambios reales. El terapeuta busca con la familia nuevas pautas interaccionales, que atiendan las demandas del grupo familiar.

Así, la meta del cambio estructural es siempre, convertir a la familia a una concepción diferente del mundo y de sus interacciones, que no haga necesario el síntoma.

*Nombres, edades y otros datos de los ejemplos clínicos que se refieren, han sido cambiados con intención de proteger la identidad de los/as niños/as y sus familias, así


como el carácter confidencial de las comunicaciones.

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Fuentes:

Icart, A. y Freixas J. - La Familia, comprensión dinámica e intervenciones terapéuticas - Herder 2013.

Chinchilla Jiménez, R,  Trabajo con una familia, un aporte desde la orientación familiar - Actualidades Investigativas en Educación, vol 15, nú. 1, enero-abril 2015, pp 1-27

Zusman de Arbiser, Sara; Revista de Psicoanálisis (Buenos Aires) 2000 Vol. 57 (2) Abr-Jun - Páginas 391-403