domingo, 22 de mayo de 2016

Reflexiones acerca de la medicación psiquiátrica en niños

Foto: Zapatillas
"Hay una epidemia de enfermedades mentales creada por los propios fármacos, llevamos 50 años utilizando medicamentos psiquiátricos y, en general, lo que hacen es aumentar la cronicidad de estos trastornos"
R. Whitaker
Hace 50 años, había niños abusones, traviesos, vagos, adolescentes taciturnos, emocionalmente volátiles, pero no se les diagnosticaba de Déficit de Atención, Hiperactividad, Tics, Alexitimia...  la sociedad esperaba que, al hacerse mayores, acabarían convirtiéndose en adultos "más o menos" normales.

El panorama actual es bien distinto. La prescripción de fármacos psiquiátricos a niños y adolescentes es un fenómeno reciente y en preocupante crecimiento, ya que antes de 1980 eran relativamente pocos los jóvenes a los que se medicaba.



La revista European Neuropsychopharmacology ha publicado un estudio, dirigido por el doctor Christian Bachmann del Hospital Universitario Charité de Berlín (entre 2005 y 2012) en cinco países que muestra un incremento substancial en el uso de antidepresivos en niños y adolescentes (17,6% en los Países Bajos, 26,1% en Estados Unidos, 49, 2 % en Alemania, 54,4% en Gran Bretaña, y 60.5% en Dinamarca).
Es probable que estos datos reflejen la deriva hacia la medicalización en salud mental que se está produciendo a nivel global, así como el impacto de los recortes económicos en la asistencia sanitaria que minimizan o dejan en un segundo plano recursos orientados a la cura a través de la psicoterapia.
Las guías clínicas del instituto británico NICE (National Institute for Health and Care Excellence) plantean que los antidepresivos no deberían ser ofrecidos en primer lugar cuando se trata de síntomas leves de depresión. En estas situaciones lo óptimo sería la espera vigilante y posterior abordaje psicoterapéutico si los síntomas persistieran o se agudizaran.
En los casos moderados y severos su uso puede resultar útil, pero siempre después de que se haya realizado el conveniente diagnóstico psiquiátrico y nunca sin estar acompañado de terapia psicológica o un abordaje más comprehensivo del sujeto.
La APA (American Psychological Association) ha elaborado una serie de videos animados con el lema "los tratamientos psicológicos funcionan" (Psychotherapy Works), a través de los cuales y, mediante parodias, se comparan las ventajas adicionales que supone realizar un programa de tratamiento psicológico. Los tratamientos psicológicos basados en la evidencia científica permiten que las personas aprendan habilidades y mejoren su autoestima, adquiriendo un papel activo sobre su situación y posibilitando la realización de cambios positivos a lo largo de sus vidas. Los tratamientos psicológicos, en comparación con los psicofármacos, no tienen efectos secundarios adversos y disminuyen la probabilidad de recaídas.
El problema quizá radica en la dificultad de acceso a esas terapias psicológicas. Muchos de estos menores no llegan a acceder a terapias psicológicas y, contrariamente a lo que sugieren las guías clínicas, son medicados con fármacos que pueden mejorar los síntomas en algunos casos, pero que no incidien en las raíces del problema, y se mantienen, por tanto, durante largos periodos de tiempo sin el adecuado seguimiento y atención.
El profesor Mark Baker, director de práctica clínica en el comité de vigilancia de salud del NICE reconoce que el acceso de menores a los servicios de salud mental es un problema en aumento, lo que puede estar llevando a que muchos casos de depresión severa se estén manejando en el nivel de atención primaria durante más tiempo de lo adecuado.
Robert Whitaker, a través de su libro "Anatomía de una Epidemia" (muy bien documentado y multipremiado) desafió los criterios de la APA y los intereses de la industria farmacéutica. En 2010, sus postulados se consideraban una "herejía". Actualmente el British Journal of Psychiatry ya asume la necesidad de repensar el uso de los fármacos—. “Las pastillas pueden servir para esconder el malestar, para esconder la angustia, pero no son curativas, no producen un estado de felicidad”.
La epidemia de las enfermedades mentales en niños y adolescentes no se transmite como la "Gripe A", pero comparten lo versátil de su presentación en sociedad en manos de una gran diversidad de poderes. No se trata de un mito, parece que tampoco lo es una nueva patología o el último hallazgo de los laboratorios farmacéuticos. Parece tratarse de un síntoma resultado de la compleja red tejida por un sinnúmero de factores.
Uno de los efectos del enfoque biologicista en la familia es el hecho de que adjudica la problemática a alteraciones de origen neuroquímico, disminuye en los padres el sentimiento de culpa que no hace más que abrumar y generar tensión en la pareja y en la familia. Pero al mismo tiempo excluye un espacio más reflexivo que comprende las preguntas que los padres pueden –y deben- hacerse en cuanto a lo que expresa el síntoma en el niño y adolescente, así como la reflexión en cuanto a qué factores de la dinámica familiar y las circunstancias del niño pueden estar ejerciendo una influencia para la persistencia de dicha problemática.
La generación de niños criados en el "laissez faire" a los que se les ofreció un excesivo espacio en aras de su autonomía, sufrió luego las consecuencias; muchos ‘hiperactivos’ carecieron del adecuado aprendizaje de la frustración. Los padres que aumentan la libertad del niño, sin que haya adquirido herramientas para saberla gestionar correctamente, alimentan mayor incertidumbre en el niño y más fuentes de conflicto. Bien es cierto que el conflicto lo consideramos también una excelente fuente de aprendizaje, sin embargo estados crónicos son vivenciados como situaciones de desamparo y generan gran sufrimiento.
Un sujeto sano se caracteriza por tener una buena capacidad para gestionar los conflictos, reconocerlos, buscarles soluciones, asumir las consecuencias cuando no se encuentran formas de resolverlos, en definitiva, por buscar formas de moderar las tensiones que los conflictos generan. El papel de la familia y la actitud que esta tiene ante los límites, reglas y afectos, es vital para el sano desarrollo del niño. Si la familia renuncia a su papel de filtro protector que educa, el vacío de autoridad genera un espacio generador de ansiedad, en el que el niño no encontrará formas de identificarse.
"Al no tener capacidad para aceptar frustraciones no pueden asumir la atadura de las normas, pero su transgresión no podrán perdonarla los que sí se sometieron y les penarán con la marginalidad".
En el caso de tratamientos farmacológicos, podemos comprobar que, en muchos de los casos, están orientados a la "doma" más que a la escucha del síntoma y su posible interpretación para la búsqueda de soluciones. Para poder trabajar de una manera integral y con orientación hacia la cura del síntoma suele necesitarse el apoyo de abordajes complementarios a los fármacos, como lo son aspectos didácticos, encuentros regulares con la familia, y sesiones de psicoterapia con el niño.
¿Qué es lo que está ocurriendo hoy en día que se acude tan poco a este tipo de abordajes integradores y están prevaleciendo las intervenciones farmacológicas?
Parece que la sociedad actual está alimentando, en general, la baja tolerancia a la frustración. Existe un miedo generalizado a enfrentar los conflictos, a “no estar bien”, a dedicarle tiempo a lo no inmediato. La “prontomanía” se viene instalando como signo de acomodación al mundo actual, como reflejo de productividad y capacidad personal. Parece que cuanto antes solucionemos un conflicto, cuanto más rápido demos con las soluciones, cuanto menos dure la angustia –porque difícilmente podemos manejarla-, mejor se es y mejor se está. Sin embargo las prisas en este aspecto suelen denotar una gestión pobre y superficial de los problemas. Suele evidenciar esa falta de tolerancia ante la frustración a la que antes hacíamos mención. Esta “prisa” conlleva a un manejo meramente técnico del problema, aunque no a un manejo adaptativo e integrador del mismo, por lo que se perpetúa, muchas veces se cronifica y termina impregnando las distintas esferas de nuestra vida. Desde luego hay situaciones en donde una actuación rápida frente al problema psicopatológico es necesaria y vital. Hay casos en donde una acción inmediata marca la diferencia entre la supervivencia y la muerte –física o psicológica- del sujeto. No obstante, una intervención adecuada implica no solo acciones de respuesra rápidas frente a lo urgente, sino también la adaptación de una amplitud de foco y visión compleja que aborde de manera integral el problema.
Foto: Ekaterina Muganlinskaya
Parece que queremos solucionar en breve problemas y desequilibrios que tienen una relación con la historia del sujeto y vienen “de atrás”, pretendiendo un equilibrio antinatural y, en ocasiones incluso, violento en un abrir y cerrar de ojos. Es verdad que las intervenciones exclusivamente farmacológicas producen una atenuación en el niño de las conductas más llamativas y preocupantes, lo que provoca cierta tranquilidad en su entorno (familia, escuela) y genera sensación de eficacia. Mientras que muchas de las intervenciones psicoterapéuticas –como es el caso de la psicoanalítica- requieren de un tratamiento de larga duración, con cambios paulatinos. El inconveniente del abordaje rápido y farmacológico de forma aislada, es que no considera el problema dentro de la complejidad en la que está inmerso, por lo que podremos detectar cambios positivos a corto plazo que se expresan como cambios irreales y superficiales a largo plazo.
David Healy, profesor de psiquiatría de la Universidad de Cardiff, transmite un mensaje muy claro en cuanto a cómo y cuándo deberían utilizarse medicamentos psiquiátricos: si se administran medicamentos inmediatamente a todos los pacientes, se corre el riesgo de provocarles un problema cónico que, de otra forma no habrían tenido. Aconseja observar y esperar antes de dar fármacos psiquiátricos a pacientes de primer episodio, pues es conveniente comprobar si se consigue la recuperación de forma natural. "Procuro utilizar los fármacos cautamente, en dosis razonablemente bajas". El uso a largo plazo de psicotrópicos está asociado con la cronicidad, de forma que resulta evidente que es necesario utilizar los fármacos de un modo limitado y selectivo.
No parece haber respuesta unívoca al problema. Desde nuestra perspectiva, sí que consideramos indudable que existe un imperativo urgente frente a esta problemática, uno que nos pide aparcar por un instante las alternativas extremas y la defensa ciega de una u otra opción terapéutica para darle espacio a un enfoque integrador que verdaderamente dé respuestas al sufrimiento del sujeto. Un enfoque que proporcione una vía segura para buscar soluciones a un problema que difícilmente podemos evadir sin que conlleve a secuelas duraderas y crónicas, soluciones no solo inmediatas –muchas veces necesarias-, sino también duraderas, profundas y respetuosas en relación con el futuro de la persona.
“En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas”
Gregorio Marañón

Fuentes:
  • Sanfeliu, I. - La hiperactividad, la acción inagotable. Biblioteca Nueva (2011).
  • Whitaker, R. - La Psiquiatría está en crisis - El País - Entrevista 07/02/2016 por Joseba Elola.
  • Whitaker, R - Anatomía de una Epidemia (2015.)
  • Clínica Contemporánea Vol. 7, nº 1, 2016 - Págs. 75-76 - Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
  • El placebo y la psicoterapia son mejores que los antidepresivos para tratar la depresión - Entrevista a Irving Kirsch - Infocop 13/11/2012.
  • La OCU solicita más terapia psicológica y menos medicación para los trastornos de ansiedad y depresión. - Infocop 06/03/2012.
  • Los tratamientos psicológicos funcionan, nueva campaña del APA - Infocop 26/10/2012.
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